a Corina Barrero
1
Es una
línea circular, muy larga, ajena en absoluto a sí misma,
que
separa las tinieblas de las tinieblas.
En el
anverso de la mano izquierda, se halla el espejo de la mano derecha.
La mano
derecha se desliza y se pierde en su propia imagen.
Las
tinieblas solo se reflejan en las tinieblas, y de tal manera, no puede
reflejarse.
Pero
sin embargo se reflejan con un reflejo cualquiera,
por lo
que pasan desapercibidas a nuestros ojos.
Pues la
mano derecha sirve para encubrir,
y la
mano izquierda, para tocar, para mirar y para conocer.
He aquí
que la mano derecha tiembla con las tinieblas;
y la
mano izquierda es quien la hace temblar.
2
Se
apaga y se pierde un reino de luz sobre la tierra,
con
espesas sombras en las amplitudes
—en las
amplitudes,
donde
todo se encuentra y donde todo se pierde.
Es
posible apartarse del camino y mirar, en lo oscuro,
las
brechas profundas en la carne y el hueso,
y hacia
lo alto y desaparecer,
en las
amplitudes.
3
Con la
caída conocerás la penumbra, y con la penumbra, la oscuridad.
Con la
oscuridad conocerás lo oscuro,
y con
lo oscuro, lo que no es.
Con la
primera caída, te olvidarás de ti, y no recordarás haber caído.
Con la
segunda, que será la primera, conocerás la tercera;
con la
tercera conocerás la segunda, y con la primera, la cuarta.
Mas
ninguna será la primera ni última.
La
última será la primera, y la primera, la última.
Así
conocerás el curso circular,
y participarás
de las tinieblas en el vertiginoso giro del que ya participas,
habiendo
penetrado a partir de este momento en las tinieblas
—nadie te empuja;
nadie te llama.
Nadie te obliga,
pues tú decides
—de ti depende.
4
La
oscuridad es menos pesada que el aire; el aire es más pesado que la
transparencia.
En la
sequedad se encuentra el secreto de las tinieblas; en la falta de agua
—en la
inmovilidad del movimiento;
en la
falta de espacio —pues en la misma medida que la amplitud crece,
el
espacio decrece.
Así se
explica que el hombre, para avanzar cuatro pasos en las tinieblas,
debe
caminar durante muchos años;
pues un
día de tinieblas, vale más que quince mil años de transparencia.
Por eso
los hombres amantes del alba, los hombres afectos a la alegría,
comen
de todo y no saben de nada.
Prematuramente
se les arruga la cara, y se les achica los ojos;
cambian
y vuelven a cambiar, de la noche a la mañana;
y
cuando resplandecen de alegría,
hacen
un gesto.
Por eso
los que aman las flores, los que aman la jardinería,
los que
aman el espectáculo ameno de la naturaleza en general,
carecen
de fuerza y no tienen idea de la energía,
se
vuelven locos y no saben qué hace,
y como
son incapaces de dominar el dolor,
en
realidad no aman por amar sino porque tienen miedo,
cuando
creen amar al mundo y cuando no lo aman en absoluto,
y
cuando el mundo no los ama y los rechaza y no quiere ni mirarlos.
5
Por eso
los hombres afectos a las tinieblas, los hombres que a nadie aman,
son los
que aman.
Y por
eso no aman al mundo; por eso mismo que lo aman —pues no lo aman.
La
apariencia del mundo les infunde recelo.
Solo
viven para mirar la imagen desnuda del mundo.
Con el
ojo puesto en pedruscos —con el ojo puesto en la sustancia de los pedruscos.
Con el
oído atento al fragor del polvo que se calcina
—con el
oído atento al fragor de la tierra que se consume
—estos
hombres, secos, flacos, callados, en mucha parte,
son los
causantes de muchas cosas.
El
mundo que se destruye quién sabe cómo,
por
inmisericordes fuerzas que vienen no sé de dónde;
y los
esfuerzos del hombre obstinado, que vanamente se empeña en recoger los
escombros
—eso
les interesa.
Las
tormentas, los terremotos, las epidemias —y por eso están aquí.
El
socavamiento de ciudades y murallas, de grandes obras y de colosales trabajos,
por
ejércitos de hormigas que se cuentan como arenas en el mar;
las
víboras, los alacranes y los moscardones que infestan la faz de la tierra,
siempre
amenazada por espesos miasmas
—un
mundo despiadado, invisible y temible,
que no
cejará hasta no haber aniquilado al género humano
—eso
les interesa a los hombres amantes de las tinieblas;
los
frutos silvestres que, asumiendo hermosa apariencia,
atraen
al hombre ávido, y lo matan;
las
trampas mortales que el mundo, en lo oculto, utiliza para atrapar al hombre.
Las
hambrunas y los maleficios y las calamidades.
Los
azotes y los flagelos que hacen despertar al hombre.
Eso les
interesa, y por eso están aquí.
6
La
fuente de sabiduría, de fuerza y de experiencia, lo constituyen los muertos;
la
puerta siempre abierta,
el
camino de los que transitan con rumbo cierto, en el vivir real y radical,
lo
constituyen los muertos.
Pues
nada tan oscuro como la oscuridad de los muertos.
Nada tan
verdadero, nada tan verdaderamente humano como la carne de los muertos.
Ningún
olor tan oscuro como el olor de los muertos;
ninguna
contemplación como la contemplación de los muertos.
Ningún
silencio como el silencio de los muertos;
ningún
otro silencio se deja escuchar en silencio.
Nada
como la inmovilidad; nada como la fuerza expresiva que mana de los muertos.
Por eso
los hombres amantes de las tinieblas,
escudriñando
el estar de los muertos encuentran el camino cierto.
En el
olor y la forma, en el peso, en la densidad.
En el
tacto y el oído —el objeto no se mira.
Lo que
se mira es el mirar que se está mirando;
y tal
el mirar de los muertos, que consiste en el no mirar.
Es
oscuro.
Y por
eso mismo, ni se mira, ni se toca, ni se huele, ni se escucha
—en lo
oscuro,
todo
ocurre a la vez y de un solo golpe.
7
La
caída repentina del cabello —vuela por los aires y te molesta.
La
caída repentina de los dientes —primero se pudren, luego se mueven, y luego se
salen
—de un
momento al otro, llega la hora.
En
tales circunstancias, es necesario concentrarse y meditar.
Cada
cosa importa una revelación,
según
te sitúas a respetuosa distancia del mundo que te rodea.
La
notoria sequedad de la piel, que poco a poco se adelgaza,
con una
transparencia muy extraña, y se pega a los huesos.
Un vago
temor, inconfesado, de mirar el espejo.
Una
indolencia, una impavidez ante ciertos conflictos de índole puramente práctica,
que
atingen al diario vivir,
sin que
uno haga nada por remediar nada, tranquilamente sentado, quieto y sereno.
Con
hambre o sin hambre, con sed o sin sed, con frío o sin frío,
qué
importa esto o lo otro —durmiendo en una cama torcida,
saliendo
o dejando salir, exhibiendo por calles y plazas una cara que siempre es la
misma.
Y que
lo vean vestido, desvestido o con el culo al aire,
eso no
importa
—todo
es lo mismo.
Y sin
embargo, de pronto unas aprensiones, unos resquemores miserables,
el alma
pendiente de un hilo por no haber saludado a zutano,
o por
haberle puesto mala cara a mengano,
cuando
todo esto uno se siente abrumado,
y se le
ocurre pensar en viajes a países lejanos y nada menos
—y se
queda mirando la pared del frente,
ahora
que el tiempo se acelera a lo largo de los días y las noches.
8
Paradójicamente,
cierta paz interior parece nutrirse con un hervor de ira
—con un
hervor de ira, con un hervor de júbilo, con un hervor inexpresable.
Con un
sentimiento provocado por el cuerpo físico, por este instrumento del vivir,
con
desesperanza, con calma, y con mucho dominio y con mucho rigor,
ante el
inminente acabamiento de la extraña aventura,
incomprensible
y pavorosa que se llama vivir.
9
Echase,
pues, a esta altura una mirada retrospectiva sobre los años vividos.
Y en
verdad se siente uno fuerte entre los fuertes
—capaz
de vislumbrar las tinieblas que parecen vislumbrarse
y
hacerse perceptibles con un soplo en la oscuridad de este cuerpo;
capaz
de confundirse con las tinieblas y dar el salto,
asir
aquello que se yergue más aquí y más allá de este cuerpo,
con
aires de atroz inmensidad y no obstante con ojos sumamente humanos
—con
ojos más humanos que los ojos que miran estos ojos.
Con un
olor vacío,
con un
olor seco y distante.
Con un
olor antiguo, inconmensurable, y sin embargo muy próximo.
10
Pues ya
las tinieblas se aproximan. Ya el espíritu de las tinieblas se avecina.
Ya las
tinieblas se deslizan, con misteriosa amplitud en este recinto,
en este
cuerpo, atravesando la piel, atravesando las venas, atravesando los huesos,
atravesando
la médula,
con
místico ritmo, al conjuro de las metamorfosis y de las transfiguraciones;
ya las
tinieblas se difunden y prosperan en estas y en aquellas amplitudes,
en las
cuales mi alma habrá de morar
—en un
reducto impenetrable,
con
eternidades de tinieblas configurando eternidades de tinieblas
en lo
que dura la vida del hombre
—en lo
que dura la vida que mira la vida que vive este cuerpo;
este
cuerpo, la carne y el hueso.
Esto
que se mira,
esto
que duele y que preocupa,
esto
que muere, eternamente.
Este
cuerpo.
Eternamente,
en las
tinieblas.
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