martes, 4 de junio de 2013

Zbigniew Herbert - Informe de la ciudad sitiada.


Demasiado viejo para llevar armas y combatir como los demás
                                                                       me concedieron el papel de cronista
escribo –no sé para quién- la historia del sitio
debo ser preciso pero no sé cuándo empezó la invasión
hace doscientos años en diciembre en septiembre quizás ayer al alba
aquí todos padecen amnesia del sentido del tiempo
sólo el lugar nos ha quedado el apego al lugar
todavía estamos en posesión de ruinas de templos de fantasmas de jardines y casas
nada nos quedará si perdemos las ruinas

escribo como puedo al ritmo de las semanas infinitas
lunes: los almacenes están vacíos la rata se hizo moneda
martes: el alcalde asesinado por desconocidos
miércoles: conversaciones sobre el armisticio el enemigo detuvo a los delegados
ignoramos su lugar de residencia es decir de tortura
jueves: después de una tormentosa reunión se rechazó por mayoría de votos
la propuesta de los mercaderes de especias de rendirse incondicionalmente
viernes: comienza la peste sábado: se suicidó
N.N. el defensor inquebrantable domingo: no hay agua rechazamos
el ataque a la puerta del este llamada Puerta de la Alianza

sé que todo esto es aburrido no logrará conmover a nadie

evito comentarios domino las emociones escribo los hechos
dicen que es lo único que se valora e los mercados extranjeros
pero con cierto orgullo deseo anunciar al mundo
que gracias a la guerra acabamos de conseguir un nuevo tipo de niño
a nuestros niños no les gustan las fábulas despiertos
juegan a matar y cuando duermen sueñan con sopa pan y huesos
igual que los perros y los gatos

por la tarde me gusta vagar por los límites de la Ciudad
a lo largo de las fronteras de nuestra incierto libertad
miro desde arriba el hormiguero de su ejército sus luces
escucho el ruido de los tambores los gritos bárbaros
verdaderamente es incomprensible que la Ciudad siga defendiéndose

el sitio dura largo tiempo los enemigos tienen que relevarse
nada los une sino el deseo de nuestro exterminio
los godos los tártaros los suecos las huestes del Emperador los regimientos
                                                                             de la Transfiguración del Señor
quién puede contarlos
los colores de las banderas cambian como el bosque del horizonte
desde un delicado amarillo de pájaro en primavera pasando por el verde el rojo
                                                                                      hasta la negrura invernal

así por la tarde liberado de los hechos puedo pensar
en cosas antiguas lejanas por ejemplo en nuestros
aliados allende el mar sé que nos compadecen sinceramente
mandan harina sacos de coraje manteca y buenos consejos
ni siquiera saben que fuimos traicionados por sus padres
nuestros viejos aliados de los tiempos del segundo Apocalipsis
los hijos no tienen la culpa merecen agradecimiento por eso estamos agradecidos

no vivieron un asedio largo como la eternidad
las víctimas del infortunio siempre están solas
los defensores del Dalai Lama los kurdos los montañeses afganos

mientras escribo estas palabras los que están en favor de llegar a un acuerdo
han conseguido cierta ventaja sobre el bando de los inquebrantables
las vacilaciones de siempre los destinos todavía están en el fiel de la balanza

crecen los cementerios disminuye el número de los defensores
pero la defensa sigue y seguirá hasta el final

y si la Ciudad cae y sólo uno se salva
él llevará en sí la Ciudad por los caminos del destierro
él será la Ciudad

miramos la cara del hambre la cara del fuego la cara de la muerte
la peor de todas – la cara de la traición


y sólo nuestros sueños no han sido humillados

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